CAPITALISMO, DESASTRE MUNDIAL


Martín Eduardo Peregrino Rojas

NOTA IMPORTANTE: No se puede enfrentar al adversario con los ojos vendados, ni quedarse en la simple protesta. Es indispensable también conocer sus entrañas y forjar las armas adecuadas para vencerlo.

Como se verá, los argumentos del neoliberalismo no son nada nuevos ni santos.

El neoliberalismo es producto de la crisis del capitalismo que se inicia en la década de los sesenta y, al mismo tiempo, una respuesta para salir de ella, de la misma manera que lo fue en su momento el “keinesianismo”. Como se sabe, hasta la primera Guerra Mundial el liberalismo dominó el orbe, alimentado por las teorías neoclásicas, que parten del supuesto teórico de que si se deja actuar libremente las fuerzas del mercado, las economías funcionarán asegurando el pleno empleo y que dejando actuar a las fuerzas del mercado se asesorará  el saneamiento de la economía a largo plazo.

La crisis de fines de los años veinte llevó a la bancarrota esta teoría, y en su lugar se instaló el keinesianismo. El modelo de “Estado de bienestar” que se siguió ─y que posteriormente fue desmontado─, se explica por la expansión sin precedentes que vivió el capitalismo posterior a la Segunda Guerra Mundial, en parte como consecuencia de las derrotas de la clase obrera tras el ascenso del fascismo que llevó a la reducción de los salarios, y en parte como resultado de la reconstrucción del aparato productivo destruido por la guerra y por los avances tecnológicos acelerados como la industria militar.

En estas condiciones el keinesianismo se convirtió en la ideología orientadora de las políticas sociales y económicas de los gobiernos capitalistas. Ideología que en esos momentos se correspondía con la expansión capitalista y se presentaba como respuesta al SOCIALISMO y como mecanismo de contención social.

Este modelo colapsa sobre todo porque la tasa de ganancia se había reducido para los monopolios. Con la crisis económica que se inicia en los años sesentas comienza también la crisis del keinesianismo. En esas condiciones se retorna, nuevamente, a las ideas de la “escuela neoclásica” que considera que la crisis es producida por los elevados salarios y beneficios sociales de los trabajadores, y por la rigidez de los mercados laborales. De donde se concluye que la desregulación del mercado laboral es la varita mágica para la recuperación de la economía, al igual que la reducción y/o la anulación de la función social del estado.

Lo que interesa al capital es la máxima tasa de ganancia, y pretende lograrlo a expensas de los trabajadores. Lo que implica la eliminación de todo tipo de controles, la liquidación de sus derechos conquistados, la sobreexplotación del trabajo, y la traslación de la crisis de los países capitalistas desarrollados a los del tercer mundo. De la misma manera, con el fin de la “Guerra fría”, y el colapso de los países de Europa del Este, a fines de los ochentas y la caída del Muro de Berlín en los noventa, el modelo de capitalismo se fue imponiendo en Suramérica, habiendo convertido en pocos años una situación que era mala en catastrófica.

Los resultados están a la vista. Por donde se mire lo que se tiene es una extrema y creciente polarización social, donde pocos acumulan mucho, y muchos se hunden en la mayor pobreza, explotación y atraso. Si a escala planetaria la economía se concentra en pocos monopolios trasnacionales que dominan la escena mundial, en el ámbito nacional son ellas mismas quienes se llevan la parte del león asociadas en condiciones de subordinación a un cogollo de intermedios y especuladores. Mientras la revolución científico-tecnológica se expande en otras latitudes, aquí, continuamos en el modelo primario-exportador, cuyo futuro solo puede asegurar nuevos desastres al país.