La
posición radical en la balanza la lleva el asesino y no el defensor.
El
poder de las transnacionales pretende una sociedad con un 60% o 70% de
excluidos y un 30% o 40% de incluidos.
Los
poderes trasnacionales solo necesitan dos cosas en un Estado para desenvolverse
libremente:
1.-
Garantizar la más absoluta libertad de contratación para que se pueda contratar
en pie de igualdad entre fuerzas absolutamente desiguales y,
2.-
un aparato represivo para controlar a ese 60% o 70% de excluidos, mal llamados
radicales.
Para
eso este aparato estatal punitivo represivo genera toda una alfombra de estrategias
con tal de hacer ver que los que se oponen al poder internacional quieren un
mundo con peligros económicos, invisibilizando las verdaderas fuentes de CUIDADO y para ello utilizan al miedo
como principal manipulador a fin de opacar la capacidad de destrucción que se
genera con actividades no sostenibles e irrenovables.
Entonces
no podría llamarse radical al que sin proporción igualitaria de armas, muchos
de ellos con las manos vacías y en alto, alzan sus voces para oponerse al
suicidio colectivo a que sus poblaciones llegarían de implementarse mega
proyectos que, en principio, siguieron mal el proceso para su implementación y
ejecución y, seguido, ambientalmente generan caos en vez de desarrollo.
No
es radical el que defiende lo suyo y a los suyos. No es una cuestión de
definición, sino de mala asignación, puesto que el que salvaguarda lo suyo y a
los suyos, aparándose en la carta constitucional, es accionario de la defensa
de sus derechos propios y colectivos, consagrados en ese cuerpo
político-normativo, con lo que el término “radical” no encuadra en los
defensores y sí en el que cerrándose a un daño inminente, con posición
gubernamental, elije, aun sobrepasando la constitucionalidad del país,
encarcelar, golpear, perseguir, asesinar y acribillar salvajemente a los que
debería cuidar.