La insatisfacción con el
sistema, la economía decadente, los atentados al medio ambiente, la corrupción
imperante, la ineficiencia de los gobiernos y la falta de equidad hace que las
personas se sientan agotadas y comiencen a rebelarse. Estos acontecimientos sirven
como referentes para vincular lo que está sucediendo en nuestro país y en el
mundo.
Las personas que nos hemos
involucrado en el movimiento social recibimos con congoja lo que ha aconteciendo
en Egipto, y nos resulta lamentable ver seres humanos matando humanos bajo el
ejercicio de la represión como medio de prevención y disuasión contra aquellos
que, cansados del abuso, salen de sus casas a protestar por el respeto a la
democracia, por mejoraras, por un sistema más justo y equitativo, por un
gobierno más del pueblo y por un pueblo más participativo.
Afganistán, Países Árabes,
España, Grecia, México, Chile, el Perú y ahora Egipto, colocan sobre el tapete
las intenciones de los gobernantes de continuar impulsando un sistema perverso.
El neoliberalismo, un sistema producto de la crisis del capitalismo que se
inició en la década de los sesenta y, al mismo tiempo, una respuesta para salir
de ella, de la misma manera que lo fue en su momento el “keinesianismo”. Sistemas
donde pocos acumulan mucho, y muchos se hunden en la mayor pobreza, explotación
y atraso. No lo digo yo, lo dijo el mismo Papa: “El capitalismo salvaje enseñó la
lógica del beneficio a toda costa, de la donación realizada para obtener algo a
cambio, de la explotación sin pensar en las personas. ¡Vemos los resultados en
la crisis que estamos viviendo!”
Lo peor es que para
viabilizar este sistema implementan leyes y decretos bajo la concepción ideológica
de considerar a los manifestantes como opositores al “desarrollo”,
identificándolos como grupos hostiles, como “perros del hortelano”, una concepción
que promueve el crecimiento económico sin tener en cuenta un plan de progreso
humano mucho más amplio donde el ser humano sea el núcleo y no los paralelos del
crecimiento.
El mundo se mueve, el mundo
pronuncia su rebeldía, y al rebelarse sangra. La protesta tiene sus límites,
pero aún limitado es un derecho y el Estado, cualquier estado, no tiene ninguna
capacidad ─legítima─ de criminalizar la protesta y de tratar a los
manifestantes como delincuentes,
encarcelándolos, disparándoles o
asesinándolos.
Lo que sucede en el mundo es
consecuencia de la debilidad estructural del neoliberalismo que no ha logrado
satisfacer a todos sino a unos cuantos, razón por la cual la gente se desespera,
se rebela y hace uso de su capacidad de indignación y su derecho a protestar.
Sin embargo, el verdadero
desafío es ver cómo estas luchas y movimientos pueden articularse entre sí. Ese
es el verdadero desafío para los movimientos sociales de izquierda, pues esas
explosiones no son simples explosiones, sino que se transforman en potencialidades
emancipadoras reales y mucho más amplias que no podemos dejar pasar.